Tener razón o ser feliz

Hace un tiempo me llegó un mail enviado por una amiga con este título. Inmediatamente supe que ese era el tema que quería transmitir en mi próxima columna, ya que esa dicotomía se nos presenta momento a momento en nuestra vida cotidiana.

La persona que circularizó el mail explicaba que lo había extraído de una conferencia dada por una directora empresarial que quería llamar la atención sobre la simplicidad en el mundo del trabajo, tratando de demostrar la cantidad de energía que gastamos sólo en demostrar que tenemos razón, independientemente de tenerla o no.
Esto me hizo pensar la poca tolerancia que empleamos para aceptar las diferencias y como rápidamente intentamos forzar situaciones para que los demás se comporten según nuestros criterios. Queremos que los demás piensen y actúen como nosotros especialmente las personas más cercanas (amigos, pareja) si no lo hacen nos sentimos desengañados, traicionados. Es allí donde surgen las batallas cotidianas, llegando un momento que todo tiene el mismo nivel de importancia desde “que película vemos ” hasta una decisión crucial en nuestras vidas. Las discusiones se hacen eternas, contaminado nuestro entorno con continuas peleas. Perdemos de vista que somos nosotros quienes elegimos nuestras relaciones, que la idea de igualdad es una utopía, una ilusión que hace que pongamos en el otro lo que necesitamos ver en él, pero que la realidad es otra. Todos somos distintos, pensamos, sentimos de manera diferente y cuando pensamos que vamos a cambiar al otro estamos frente a otra fantasía ya que a la única persona que podemos intentar cambiar, y que no siempre se logra, es a nosotros mismos.

¿Cuál es el camino entonces? Aceptar la diferencia, basar las relaciones en el respeto y la tolerancia mutua. Esto no quiere decir dejar de decir lo que pensamos para amalgamarnos a otro, ya que esto nos haría sentir que no somos sinceros con nosotros mismos, no podríamos sostenerlo por mucho tiempo y se generaría una situación forzada que desembocaría en frustración, dando lugar a una discusión más grande aún.

¿Qué hacemos entonces? Muchas veces las situaciones conflictivas se dan no por lo “que ”se dice sino en “como y cuando” se dice. Hay que aprender el arte de “saber decir y saber callar”, eligiendo luchar las batallas cotidianas que valen la pena, como decíamos antes, no todas tiene el mismo nivel de importancia, y sobre todo, elegir el momento de lucharlas.

Recordemos que la energía que tenemos es una sola y tiene un límite, aprendamos entonces en donde aplicarla, dándonos cuenta que si logramos una vida más armoniosa con los que nos rodean estamos transitando el camino hacia la felicidad y en ese punto ¿es tan importante tener razón? Valoremos nuestras prioridades.

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